martes, 27 de mayo de 2008

Cartas desde la Adopción - (Libro completo)

CAPÍTULO 1
Dejó su ropa lista a los pies de la cama. Las carpetas y sus libros para el día siguiente ya estaban sobre la mesita de la habitación. Se acostó alrededor de las diez de la noche, como siempre, preparándose para ir al colegio a la mañana siguiente.

Al cerrar los ojos, una imagen familiar apareció en su mente. Se vio a sí misma en un enorme salón lleno de cunas conteniendo bebes de todas las edades. Un hombre a su espalda. Una mujer frente a ella. Miró todas las cunas y caminó resuelta sabiendo que, sin importar qué pasara, si un día tuviera que elegir a su hijo de entre cientos, sabría exactamente cuál tomar entre sus brazos. Una sabiduría interna le decía que, de ser madre adoptiva alguna vez, conocería a sus hijos de antemano con los ojos del corazón y del espíritu. Y que esa sabiduría la guiaría hasta ellos.

No le llamó la atención la visión. No era la primera vez y no sería la última. Sabía que una conciencia superior de la que todos somos uno, nos reúne y conecta en dimensiones que se escapan a nuestra imaginación.

Se durmió tranquilamente.

“Debe haber algo más en el rosario que ser una letanía monótona como rezaban mi abuela y sus hermanas”, se dijo para sí. Decidió reunir sus experiencias en la filosofía oriental y la meditación con el rezo del rosario e inició un experimento. Rezaría meditando frase por frase, misterio por misterio. Tenía tiempo. Gozaban de un año sabático con su esposo y no tenían de qué preocuparse.

Pocos días después, cuando comenzó a orar, sintió cómo la energía de la Virgen llenaba la habitación. Parecía que el Cielo había descendido a la Tierra. Oyó unas palabras muy claras en su mente. “Tienes que adoptar. Son cuatro”. La idea la tomó por sorpresa. Nunca lo habían pensado ni evaluado siquiera. Habían ido creciendo como pareja, disfrutado viajes, experiencias laborales de todo tipo y, finalmente, se sentaban a disfrutar de ese año hasta decidir qué camino recorrer. No habían tenido tiempo de pensar en una familia.

Nunca había rechazado un pedido divino. Al contrario, siempre se volcaba a cumplirlo de inmediato. Y sabía que lo haría, sin embargo, el mandato era de extraordinaria responsabilidad y sin vuelta atrás. Se quedó pensando unos momentos y pidió a la energía que se manifestaba entonces que le diera unos días para estar segura de que la fuente del pedido era sagrada.

Los días siguientes, en cada oportunidad que se sentaba a orar, flujos de enseñanza divina descendían sobre ella transmitiéndole el mensaje sagrado de la adopción. Era tanto que se le dificultaba retenerlo conscientemente, aunque sabía que, en su interior, todo quedaba grabado con claridad. Sin embargo, una idea fue central y nunca pudo olvidarla:

“Adoptar no es formar una familia con fines personales, ni porque es una demanda social. El objetivo central de la adopción es ayudar a sanar la separación”.

Comprendió que la adopción tenía un sentido de muchísima mayor profundidad de la que jamás hubiera pensado. La adopción era un servicio puro, no a otro ser, sino al alma que recorre un camino de dolor. Y años después, se dio cuenta que, al ayudar a otros, se ayudaba a sí misma a sanar su propio dolor por sentirse separada de Dios. Así que, al final de cuentas, también se estaba ayudando a sí misma.

El diagnóstico la tomó por sorpresa. No era posible. No podía creerlo. Lo habían intentado todo: médicos, psicólogos, centros de fertilización, terapias grupales, tradicionales y alternativas. No era posible que todo hubiese sido en vano. Tanto sufrimiento, tanto gasto, tanta tensión nerviosa debían rendir sus frutos. No podía aceptar que no hubiese encontrado la manera de resolver esto. Ella siempre conocía los caminos para alcanzar sus objetivos y siempre lo había logrado. ¿Cómo era posible que no pudiese engendrar? Los médicos habían sido categóricos, y no uno solo, sino varios. Era estéril. No era psicológico, era físico, simplemente era incapaz de generar vida.

Pensó en su familia, una y otra vez, repasó la vida de todos los que conocía. Habían dado origen a familias numerosas. Ninguno tenía menos de 4 hijos. ¿Dónde estaba la genética que la hacía estéril? No tenía dudas que era hija de su madre. Cientos de fotos lo atestiguaban y era idéntica a ella, salvo por el color rojizo del cabello, como el de su padre.

No podía dormir. Su esposo había tratado de convencerla en medio de tantos tratamientos de olvidar el asunto y pensar en adoptar o, simplemente, aceptar la vida como venía. Tendrían montones de sobrinos a quienes mimar. Pero ella no podía aceptar eso. No era posible. Sus hermanos, sus cuñadas, todos habían formado sus familias. Ella debía hacerlo también.

Tenía que hablar con su psicólogo personal. Estaba muy confundida. No era posible, no, no lo era. Ella era una mujer resuelta, decidida siempre a conseguir lo que quería y nunca había fallado. ¿Por qué ahora? ¿Por qué la vida le daba semejante golpe?

Se sentó a tomar un café a la vuelta del consultorio de su psicólogo. Necesitaba ordenar las ideas. Quizás él tenía razón. Quizás fuera bueno para ella pensar en la adopción. Se aseguraría de no perder a su esposo y, finalmente, podría tener su familia, como todos los demás.

Por un lado, se sentía cansada. Deseaba unas vacaciones. Descansar un poco de tanto ajetreo con médicos y terapeutas de toda clase. Sin embargo, ya habían perdido demasiado tiempo con todo eso. Recordó vagamente haber escuchado una vez a una compañera del trabajo hablar sobre una amiga que había adoptado. Les había llevado mucho tiempo lograrlo. Sería mejor empezar enseguida. Si no, a lo mejor no lograban la familia numerosa que tenían los demás. Hablaría con su esposo esa misma tarde.

¿Quién podría ayudarla para saber por dónde empezar? ¡Ah, sí! quizás el amigo de la familia, ese que era sacerdote. Ellos siempre saben de esas cosas, siempre se dedican a ayudar a la gente. Seguramente, él sabría qué hacer.

Llamó a su madre a pedirle el teléfono del amigo y lo llamó inmediatamente. Sentada en la mesa del café, celular en mano, le contó toda la historia. Él quedó en averiguar. La felicitaba por la decisión. ¿Ya había hablado con su esposo? “Ah, no todavía no, pero seguro que él estará de acuerdo. Los dos queremos formar una familia”.

Apenas eran novios cuando lo supieron. No podrían tener hijos. El mundo entero tomó una dimensión nueva para ellos. Habían construido una imagen del futuro que vivirían juntos y, de pronto, todo era diferente. ¿Se amaban tanto como para seguir adelante juntos y construir una historia distinta?

Ese día, cada uno volvió a su casa con una pregunta en su mente. Cada uno tenía que contestarse a sí mismo cuánto amaba realmente al otro y si estaba dispuesto, ella a renunciar a su capacidad de engendrar a sus propios hijos; y él a liberarla si no era así.

Ninguno durmió esa noche. Habían hablado unas horas antes, solos, sentados en el banco de una plaza contemplando a la gente mayor tomando el sol y a los chicos en los juegos mientras las madres compartían entre ellas las aventuras y desventuras de su rol.

Estaban shockeados, pero lúcidos. Nunca habían supuesto una situación como esa. No habían imaginado escribir una historia propia, distinta de la de todos los demás. Conocían padres adoptivos. Conocían la historia de los chicos en tránsito. Sabían lo que significaba el abandono y la emoción de los padres adoptivos al recibirlos en sus brazos. Pero lo que no imaginaban era que ellos mismos se convertirían en parte de esa historia.

A la mañana siguiente, ninguno de los dos había logrado descansar. La única realidad, la única verdad clara en sus corazones era que se amaban y que ninguno podía imaginar la vida sin el otro. Levantaron el teléfono casi al unísono para llamarse y, esas cosas de Dios, apenas discaron, la voz del otro sonaba en sus oídos. Ella habló primero. Sabía que debía darle seguridad. Le dijo cuánto lo amaba y la emoción la quebró. Quizás nunca había tenido una conciencia tan clara de lo profundo de su amor. Él lloraba también. Temía perderla, pero no iba a retenerla egoístamente.

El amor era lo importante y con ese amor podrían construir una realidad única para ellos.


CAPÍTULO 2
¿Y bien, qué piensas? Ya has descansado y has revisado tu vida. ¿Estás listo para definir lo que quieres en la próxima?
Realmente sí. Me doy cuenta que me falta aprender a aceptar los cambios. He sido muy rígido en el pasado porque los cambios me obligaban a adaptarme a situaciones nuevas que no manejaba y eso no me hacía sentir cómodo. Así que sí, me falta aprender a aceptar los cambios.
¿Tienes idea de cómo hacerlo?
No lo sé. No quisiera situaciones muy dramáticas. No me gustaría que se murieran todos los que ame o que mi casa se la lleve la inundación. Algo más normal, más liviano.
Puedes comenzar eligiendo pasar por la adopción. ¿Qué te parece?
¿Adopción? ¿A qué te refieres?
Simple. ¿Recuerdas aquella vez que moriste en manos del guerrero romano, el que no tenía necesidad de matarte, pero que estaba tan cebado con la sangre y la violencia del combate, que te clavó su espada hasta verte muerto? Bueno, él te debe la vida. Ha nacido como mujer, en una condición muy humilde, por cierto. Ha decidido concentrar varios aprendizajes en esta encarnación. Bien podría devolverte la vida que te quitó. Y podríamos arreglar todo para que luego te reúnas con tus auténticos padres. De hecho, hablamos con ellos antes que descendieran nuevamente a la encarnación, y estaban deseosos de recibirte por la vía que fuera.
Entonces, quieres decir que nazco, me entrega en adopción y vienen ellos a buscarme.
Es una forma. Pero si quieres profundizar más tu experiencia, quizás te convenga permanecer un tiempo con una familia sustituta antes de reunirte con ellos.
¿Y por qué lo haría?
Las familias sustitutas no suelen atender muy eficientemente las necesidades de los chicos a su cargo. Entre los niños, jueces, médicos y asistentes sociales, no queda mucho tiempo. Eso te fortalecería internamente. Deberás aprender a sostenerte a ti mismo y no esperar nada de los demás.
Eso es juntar mucho aprendizaje.
Lo necesitas. ¿Has pensado en aprender a no vivir a costa de los demás? Fuiste muy egoísta en la vida anterior. Quizás sea tiempo de dar un salto en tu evolución. Tu alma es extraordinariamente bella, pero cada vez que desciendes a la encarnación eliges el camino más cómodo, y así no la dejas florecer nunca.
Es cierto. Que así sea, pues.

Allí estaba, sentada descansando, mientras contemplaba hermosísimos jardines vaporosos donde cientos de flores multicolores danzaban al son de una canción etérea cantada por aves increíbles que parecían flotar y apenas deslizarse en ese cielo translúcido.

El ángel se acercó a ella, colocándose a su derecha.

¿Te parece que es tiempo?
Sí, lo es. Llevo mucho gozando de la belleza del espíritu, pero siento esta inquietud creciente llamándome a continuar avanzando. Deseo regresar pero aún no he pensado cómo.
¿Has pensado en qué familia elegirías?
Ni dudarlo, con mi madre del pasado, aquella con quien tantas desventuras pasamos, con quien nos unimos en un amor y lealtad eternas.
¿Cómo lo harás?
Como siempre.
¿Es prudente? Ellos eligieron no gestar en esta encarnación.
¿Ellos?
Tus futuros padres. Antes que descendieran, se ofrecieron para ayudar a las almas que formaron parte de sus familias anteriores a concretar los aprendizajes que necesitaran. Aceptar los cambios es uno de ellos. Reconocer la unidad a través del amor y no de los lazos de sangre es otra. Perdonar es la más importante.
Yo sé que los lazos de sangre no unen.
Es cierto.
Pero no me gustan mucho los cambios. Y no he logrado muy buena autoestima en el pasado. No me gusta que me digan que me equivoco o que no soy perfecta.
¿Te parece encarar ese aprendizaje esta vez?
Sí, pero ¿cómo hacerlo si mis padres no gestarán?
Puedes elegir la adopción.
¿Por qué lo haría?
¿Recuerdas en aquella oportunidad en que negaste a tu hijo porque no era perfecto y dejaste que lo tiraran por el acantilado en nombre de la pureza de tu estirpe?
Preferiría no hacerlo.
Bueno, él ha regresado. Se unirá pronto a la mujer que lo lanzó por el acantilado. Será una unión circunstancial, pero dejará el germen para tu regreso en su interior. ¿Te parece adecuado?
¿Estaríamos saldando cuentas?
Sí. Ella deberá devolver una vida que despreció. Y él les enseñará a ambas el valor de aceptar a todos como son.
Que así sea.

Es hora que regreses.
No estoy seguro. Realmente me falta fuerza para hacerlo. Sé que deberé enfrentar un gran desafío dentro de mí y no sé si estoy realmente preparado para hacerlo.
No puedes permanecer aquí por más tiempo. En realidad, sí puedes, pero las condiciones son las mejores para ti ahora.
¿Por qué?
Recuerda la última vez que desencarnaste. ¿Qué fue lo que pediste?
¡Oh Dios! Lo recuerdo bien. Pedí limpiar todo el odio y la violencia que habían guiado mis vidas pasadas y que aún llenaban mi corazón. Impidieron que mi vida floreciera plenamente.
Pues bien, tu deseo está cumplido.
¿Cómo es eso?
¿Recuerdas aquél socio tuyo, hará unos 500 años, que te traicionó y no paró hasta verte colgado, porque el pueblo confiaba en ti y te eligió para guiarlos?
Imposible olvidarlo. Inventó cuanta mentira pudo en su afán de destruirme.
¿Y a la mujer que lo instigó para luego abandonarlo cuando su plan se frustró después de tu muerte, cuando la verdad salió a la luz?
Sí.
Ambos han regresado. Tu socio es una mujer. Está decidida a no hacerse cargo de nada y busca siempre quién la mantenga, pero todo le sale mal. Pronto se encontrará con su antigua amante. Ahí tienes tu oportunidad. Si logras limpiar el odio que sientes hacia él, si logras transmutar todo eso en amor, tu alma volará libre y brillará como un sol extraordinariamente refulgente. Nada podrá detenerte nunca más. ¿Qué me dices?
Es un desafío muy fuerte. Pero, cuando ellos me dejen, ¿dónde iré a dar?
¡Con tus padres, por supuesto!
¿Cuáles?
Recuerda el noble guerrero, el viejo general que guiaba sus tropas a victorias seguras.
¡Por supuesto! ¡Mi padre! Oh, seré bendito de estar nuevamente con él. Semejante amor y lealtad no se encuentran fácilmente.
Y tu madre… dejo esa sorpresa para ti. Te adoptarán apenas nacido, pero cuando veas sus ojos, la reconocerás de inmediato.
Espero tener la fortaleza para cumplir mi objetivo.
Tu madre te ayudará. Ten fe en ella. Nunca te dirá cómo, pero ella estará siempre cerca para ayudarte.
El tiempo está cumplido. Regresaré.

Quiero regresar. Ya estoy aburrido. Me gustan las emociones del cuerpo, me gusta sentir la vida brotando en mis venas, y el dulce sabor del vino y las mujeres.
No es tiempo todavía.
No importa. No quiero permanecer aquí por más tiempo. Quiero un cuerpo ya.
Deberías revisar un poco más tus últimas encarnaciones. Así podrías elegir el momento y las personas adecuadas.
No. No tiene importancia. Yo sólo deseo disfrutar de la vida. ¡Ah, ahí está mi oportunidad! Esos dos están haciendo el amor. Bajaré allí.
¡NO!, no lo hagas. Su vínculo no durará más que este momento. Él se marchará enseguida y ella no quiere tener hijos.
No me importa. Yo quiero regresar.
¡Espera!.....

Debemos pensar en descender a la encarnación.
Es cierto, pero no hay padres suficientes que estén preparados para contenerlos y ayudarlos con el mensaje y el camino que traen.
Lo sabemos. Sin embargo, nuestras almas traen el mensaje que la humanidad necesita en este momento y somos los que provocaremos el quiebre en un mundo que se destruye a sí mismo. Debemos cumplir nuestra misión. El mundo debe reaccionar y el momento es ahora.
¿Cómo piensan hacerlo?
Algunos de nosotros elegiremos familias preparadas para recibirnos, otros aprovecharemos encuentros fugaces entre hombre-mujer para descender y los que no encuentren su oportunidad, irán a familias formales ¡a darles un gran dolor de cabeza!
El proyecto es difícil. Los que lleguen a familias formales pueden sufrir mucho. Es muy fácil que los mediquen o los lleven de un especialista a otro y de un colegio a otro porque no comprendan la luz de sus espíritus y el mensaje de amor que traen.
No hay opción. Tenemos que correr el riesgo. Tarde o temprano, ellos recordarán y recuperarán su misión original.
No olviden que la materia densa atrapa a la conciencia.
Sí, pero al mismo tiempo, el planeta estará sufriendo sus propias transformaciones y sus cambios ayudarán a expandir nuestra conciencia.
¿Qué harán los que elijan los encuentros fugaces?
Algunos tomarán el camino de la adopción. Podrán encontrar padres adecuados. Los que tengan mayor fortaleza de entre nosotros, se quedarán con la mujer que los geste.
¡Dios los bendiga! Todos los ángeles del cielo estaremos acompañándolos.

CAPÍTULO 3
Las asistentes sociales se reunieron para programar las siguientes reuniones. En los últimos tiempos la cantidad de matrimonios que se postulaban para adoptar se había incrementado notablemente. La publicidad y las campañas en radio y televisión estaban dando sus resultados. Gran cantidad de gente comenzaba a acercarse, perdiendo el miedo y los tabúes con respecto a la adopción, para encarar la posibilidad de convertirse en familias. Debían ahora comenzar a enfrentar la realidad. Las reuniones con las asistentes sociales, la psicóloga y la médica les permitirían, antes de las entrevistas individuales, formarse una idea más aproximada de a qué se enfrentaban y qué estaban dispuestos a encarar ellos mismos como futuros padres.

La experiencia de tantos años, les permitía formarse una primera idea en el contacto inicial. Sin embargo, muchas veces, las reuniones grupales dejaban aflorar aspectos inimaginables, como en aquella oportunidad en que uno de los hombres preguntó si, en caso de tener un hijo enfermo que necesitara trasplante, podía devolverlo. Su intervención provocó una explosión de risas y, al mismo tiempo, estrujaba el alma pensar en que algo así pudiera siquiera ser tenido en cuenta. Pero, años de trabajo en el área, le habían enseñado mucho y sabía que, de todos modos, sólo el camino de cada alma, define el resultado final.

Seleccionaron una lista de dieciocho matrimonios y dos mujeres que aspiraban a la adopción como madres solteras. Un hombre se había presentado también. Parecía honesto en su intención, pero decidieron dejarlo esperar un poco y darle tiempo a él mismo para que evaluara claramente el proyecto al que se enfrentaba.

Pautaron 3 reuniones, a intervalos de 3 semanas. Primero se reunirían con las asistentes sociales. Esto les permitiría conocer las distintas situaciones en que se encontraban los chicos. A su vez, ayudaría a despejar miedos y angustias con respecto a los chicos más grandes.

La segunda reunión se haría con la médica. Podrían considerar todos los problemas de salud alternativos, el sida, las enfermedades mentales y las adicciones. Era importante despejar la mayor cantidad de fantasmas posibles. Allí donde se oculta el miedo, se abre la distancia que separa a la madre del hijo.

Finalmente, se encontrarían con la psicóloga. Ella podría también semblantearlos ligeramente. Después de tantos años, la postura física, las miradas, las palabras, todos se volvían material interesante que permitía acercarse a la comprensión de lo que cada uno esperaba al convertirse en padres.

Armaron la lista final. Reunieron todos los datos. Confirmaron las fechas entre ellas y se distribuyeron los números telefónicos para citarlos.

Llegó a la reunión algo temprano. La ansiedad la dominaba. Se sentía muy expuesta. Se preguntaba cuántas más como ella estarían allí ese día. En esos momentos, hubiera agradecido al cielo tener una pareja con quien compartir, pero de ser así, quizás no estaría allí soñando con adoptar.

Después de parejas frustradas, pérdidas irreparables y la comprensión plena de que su vida se ordenaba en una dirección diferente a la esperada, sintió que ya no podía esperar más. Veía a su hermana criar a sus sobrinos, enredada en pañales, cuadernos y juguetes, pero feliz y plena aunque siempre se quejara de cuánto la hacían renegar. Quería eso para sí misma. Sabía bien que su trabajo no llenaba su corazón. Necesitaba dar, necesitaba amar de una forma personal, comprometida, única. Tanteó a su hermana para conocer su opinión. Reaccionó como toda madre. “Ni se te ocurra. No sabes la que te espera. Te van a sacar canas verdes. ¡Y sola! ¿Sabes lo que es no tener a tu marido a mano, a las ocho de la noche, cuando no das más? ¿Y cómo vas a enfrentar el trabajo, las enfermedades?, ¡Dios si se enferman a cada rato! ¡¿Y cuando te llamen del colegio?! Ah, porque ahora te llaman cada rato. ¡No! Disfruta, disfruta, total tienes a tus sobrinos, te los regalo si quieres”. La miró y sonrió. No importaba cuánto se quejara, amaba a sus hijos y amaba la vida con ellos. Y su hermana lo sabía, por eso, un par de horas después, cuando ya los había acostado y disfrutaba del silencio de la noche, la llamó por teléfono y le dijo en voz baja para no despertarlos: “No te lo pierdas, te apoyo en todo. Yo te voy a ayudar. Yo también quiero sobrinos”.

Todas esas imágenes pasaban velozmente frente a sus ojos. Recordó el día que fue a anotarse. Se sentía incómoda. ¿Qué pensarían de ella? ¿Qué oportunidades tendría realmente? La asistente social había sido muy cálida. Realista, pero cálida y eso le había dado fuerzas. Ahora que se encontraba frente a la realidad de los matrimonios, no sabía si alguna vez concretaría su sueño.

De a poco se fueron reuniendo en un salón grande, con las sillas colocadas en círculo. Vio a otra mujer sola y se le acercó. Se presentó y comenzaron a charlar.

“Entonces me di cuenta”-dijo la otra mujer-“que iba a estar sola cuando fuera vieja. ¿Quién va a cuidarme, quién se va a ocupar de mí? Me dio pánico. Me dije: no, querida, esto no puede ser. Tienes que tener hijos. Y justo compro la revista y ¿sabes qué traía? Un artículo sobre adopción. Ni que me lo hubiera mandado Dios. Me dije: corre, corre, no esperes, cuanto más pronto mejor. Ya no soy una criatura y si no voy a ser vieja y voy a tener que cuidarlos a ellos. Así que aquí estoy”.

La piel se le erizó. Sintió un dolor extraño en la boca del estómago. ¿Hijos para la vejez? ¿Qué buscaba, una familia o alguien que la cuidara? Se quedó pensando qué clase de vínculo familiar podría crear esa mentalidad.

Miró a su alrededor. Ya todos habían ocupado sus lugares. La sorprendió la variedad de miradas y expresiones en los rostros. Tenía una idea preconcebida de cómo debería ser la persona que pensara en adoptar, pero ahora comprendía que quizás no estuviera en lo correcto.

La impresionó muy fuertemente una pareja joven. Era evidente que ella no podía gestar. Su cuerpo estaba tenso. Su rostro tenía una dureza y un dolor que impactaban de sólo verlo. Sintió que estaba demasiado furiosa con la vida para poder abrirse a amar y dar a otro. ¿Qué harían las asistentes o la psicóloga? ¿La confrontarían con la situación, la harían esperar? Quizás encontrarse con ese pedacito de vida en sus brazos pudiera ayudarla a sanar, o quizás fuera peor. Recordaba un caso que le habían contado varios años atrás, el de aquella mujer que cada vez que su hija le pedía que le contaran cómo la habían adoptado, la madre se ponía a llorar y corría a su habitación. Entonces comprendió que las cosas no eran tan idílicas como uno imagina.

La reunión comenzó enseguida. Las asistentes sociales eran muy agradables y llevaban la charla con humor. La tensión de todos comenzó a aflojarse y, de a poco, las preguntas empezaron a fluir. La conversación giró hacia los chicos más grandes, aquellos que estaban en hogares de tránsito. Sí, había que reconocer que llevaban un retraso madurativo, pero también era necesario recordar que les faltaba estímulo y el amor y sentido de pertenencia que da la familia. Aseguraban que compensaban rápido el tiempo perdido. Explicaron el sistema de visitas que se daba en esos casos para que ambas partes pudieran conocerse. Una pregunta loca cruzó el aire. “¿Alguna vez alguien devolvió chicos?” Se rió para sus adentros, imposible pensar semejante cosa. Pero la respuesta la heló. “Sí, más de una vez. Recuerdo un matrimonio que adoptaron 3 hermanos. Él estaba decidido, pero ella no tanto. A los 3 meses, los devolvieron. Fue terrible. Un abandono más para esos chicos que ya habían sufrido suficiente”.

En esos momentos, uno se pregunta de qué está hecho el hombre, reflexionó.

Al finalizar la reunión, bajó en el ascensor con uno de los matrimonios. Se había sentido atraída hacia la esposa, aunque él le era indiferente. De pronto lo oyó decir: “Porque uno salva al chico cuando lo adopta”. La mujer quedó muda. Ella también. Ambas lo miraron. ¿Estaba en condiciones de ser padre? Bueno, en realidad, ni los padres biológicos muchas veces estaban en condiciones de serlo, ¿no?

Salió del edificio y caminó un poco para despejar su mente y escuchar su interior. Había aprendido mucho esa tarde. Su hermana esperaba que la llamara para contarle, pero primero quería hacer su propio balance. Comenzaba a tener esperanzas. Era cierto que era una madre soltera, pero también era cierto que su motivación era pura, sólo tenía que lograr que eso se viera claramente.

En la segunda reunión, la doctora les planteó la necesidad de ser honestos consigo mismo y reconocer qué problemas de salud no se sentían capaces de enfrentar. Enfermedades menores como el asma…. “¡El asma no es una enfermedad menor!”, reaccionó violentamente una mujer cerca de ella. La miró con atención. Debía consumirle mucho tiempo arreglarse de esa manera: cama solar, tintura, las manos, la ropa. Se rió interiormente recordando a su hermana, sobre todo aquella vez que lograron dejarle los chicos a su cuñado y salir las dos solas a tomar el té. Se vistió tan rápido que tomó un bolso sin darse cuenta que era el cambiador del bebé. Cuando llegaron a la confitería descubrió que, en lugar de la billetera, tenía pañales y toallitas. Pensó cómo iba a cambiarle la vida el día que fuera madre… o quizás no.

La mujer seguía hablando indignada ante la idea del asma como una enfermedad menor. Seguramente no sabía que, por lo general a los chicos se les cura en la adolescencia. Y tampoco pensaba que, ante el Sida, enfermedades neurológicas y tantas otras, no era tan terrible.

Plantearon también la necesidad de definir si se sentían capaces de adoptar a un chico que tuviera un análisis de sida positivo y que fuera negativizándose o al hijo de una enferma mental. Los prejuicios de la gente iban saliendo a la superficie. Pero todo fue explicado y aclarado con paciencia y solvencia.

En la última reunión, la psicóloga los confrontó a la cruda realidad: “No les pueden mentir”. Todos permanecían más silenciosos, eran menos abiertos a decir lo que realmente pensaban. Parecían sentirse más expuestos. Quizás, pensó, cuanto más acepten su propia realidad, mejor aceptarán la de sus hijos.


CAPÍTULO 4
Se despertó esa mañana con la espalda dolorida. No había podido dormir bien. Soñaba una y otra vez con rostros de bebés y niños pequeños que le sonreían. Seguramente, era consecuencia de la charla que la tarde anterior había tenido con su secretario.

Ya estaban por marcharse del juzgado, cuando un pensamiento cruzó por su mente. Llevaban mucho tiempo sin atender las adopciones. Saturados como estaban tratando de mediar en conflictos familiares, resolver la situación de los menores delincuentes y tantos otros casos que los desbordaban, habían dejado de lado los expedientes de los chicos en adopción. Si uno lo pensaba fríamente, al menos tenían casa, comida y médico, pero en ese momento se le estrujó el corazón. Cuando todo salía bien, era la única satisfacción real que tenía ser juez de menores.

Tomó un analgésico, llamó a su secretario y le dijo que pospusiera todas las audiencias que fuera posible. Se concentrarían en un solo objetivo concreto: evaluar la mayor cantidad de expedientes posibles. Debían reunir a esos hijos con sus padres.

Al llegar pidió una taza bien grande de un café bien caliente. Llamó a su asistente y le pidió la lista de estos expedientes. Era más grande de lo esperado. Las ordenaron cronológicamente primero y por la edad de los chicos después. No era fácil encontrar familias que adoptaran a los más grandes y menos aún si eran hermanos. Miró la estampa en su escritorio e invocó la ayuda divina.

Los casos eran de lo más variados. Una pareja de mellizos. Un bebé de pocos días (el último expediente que había entrado), otros de 4 meses, de 8 y de un año. Tres hermanitos entre 3 y 7 años. Una nena con discapacidad motriz, otra que no hablaba por el trauma del abandono. Un varón con discapacidad mental. Otro que había negativizado el HIV. Una hija de esquizofrénica y dos de adictas.

Llamó a la jefa del departamento de Adopciones. Le contó la situación y le pidió que se movilizara urgente. Debían resolver en los próximos días el futuro de la mayor cantidad posible de esos chicos.
Más allá de la edad o la situación de los chicos, una de las amas de guarda parecía estar manipulando la situación de uno de los niños a su cuidado. No era frecuente que sucediera, sin embargo, era más que evidente que estaba forzando a uno de ellos a controles médicos frecuentes y aún así no se veía mejoría. La criatura parecía estar oponiéndose y declarando, a su manera, una guerra al ama. Ya no comía y daba la impresión de estar entregándose a un destino peor. Había que darle prioridad.

Se preguntó por qué habían demorado tanto en entregarla. Nadie podía responder con claridad. La jefa de Adopciones lo miró traspasándolo. No tenía que decir nada. Ambos sabían que la responsabilidad era suya en buena parte y, sin embargo, y al mismo tiempo, las demandas del juzgado lo desbordaban.

Comenzaron a evaluar las carpetas de los padres que se habían presentado. Tampoco allí era tan sencillo. Algunos parecían estar encarando la compra de un auto o algo semejante: demasiadas exigencias. Poca entrega.

Entonces los interrumpieron. Era hora de la única audiencia programada para ese día. La jefa de Adopciones tomó las carpetas y se retiró al despacho contiguo. Su secretario se quedó a un costado del escritorio.

Un niño de unos 10 años entró acompañado de una abogada y una asistente social. Llevaba su cabeza baja, tocando el pecho con la barbilla. Daba una sensación total de agobio, como si la vida lo hubiera vencido. ¡Y sólo tenía 10 años! Miró el expediente y recordó. Una tragedia descomunal. Era cierto, el pequeño tenía claro que la vida lo había vencido. Cansado de los constantes abusos y violaciones de su padre, en un ataque de soberbio hartazgo, tomó un cuchillo de la cocina y lo mató. Y allí estaba ahora ante él, con su infancia definitivamente destrozada (si es que alguna vez había tenido una), y con el desafío de reconstruir su vida de los pedazos y dolores que quedaban.

Su madre había quedado afuera, esperando. No había sido capaz de proteger a su hijo. No había garantías de que la historia no volviera a repetirse. Tenía la ingenua ilusión de encontrar alguien que la amara y la mantuviera. Su hijo estaría siempre expuesto. Pero, a la vez, ella era la única fuente de amor para él. No sería fácil encontrar una familia que lo contuviera, y mandarlo a un internado era condenarlo.

Les pidió a todos que se retiraran. No quería pensar en “el caso”. Sólo quería estar con él como con un niño. Darle la oportunidad, por un rato, de que recordara que eso era, “un niño”, alguien que debió haber estado jugando y riendo con sus compañeros de escuela o tomando un café con leche caliente sentado a la mesa con su mamá.

Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas. Tuvo que insistirle mucho para que lo imitara. Quería romper su resistencia. Quería que pudiera creer en alguien. Un hombre lo había destruido. Que otro hombre le diera una oportunidad.

Siempre guardaba juguetes escondidos en distintos lugares del escritorio y el despacho. Su esposa le había enseñado. Ella enseñaba a niños con retrasos madurativos y emocionales. Había aprendido mucho y aprovechaba todo eso en su trabajo. Sin embargo, nada parecía dar resultado hasta que hizo aparecer un auto rojo, cruzado con líneas blancas, de un modelo de los 70. El rostro de su compañero de juegos se iluminó. De pronto pareció olvidar todo lo sucedido y se tiró al suelo, a su lado, a jugar con el auto. Brrrrrmmm, brrrmmm, repetía mientras lo hacía subir por las paredes, los sillones y el escritorio. Él se unió al juego. Tomó un auto parecido, de color azul, y durante un rato, olvidaron el pasado, la historia, todo lo que lo había llevado allí. Eran tan sólo dos chicos jugando.

No hablaron nada sobre lo sucedido. Luego de un rato, le ofreció una gaseosa y un alfajor. Le preguntó de qué cuadro de fútbol era, pero no le dio importancia. A él le gustaba la música. Conocía muchos conjuntos modernos y otros clásicos del rock. Quería ser guitarrista cuando creciera. Soñaba con tener su propia banda. Como su mamá no le podía pagar las clases de guitarra, cuando pasaban los recitales en la tele, miraba fijo los dedos de los guitarristas para fijar las posiciones. Incluso había aprendido algunos acordes.

Ya habían olvidado por qué estaban ahí o qué hora era cuando golpearon a la puerta. La audiencia había terminado. Se despidieron con un abrazo y dejó que se llevara los autos.

Dejó órdenes específicas para todos y se marchó. Necesitaba pensar.

Manejó rumbo a un parque, en las afueras de la ciudad, al que solían ir con su esposa. En días de semana estaba prácticamente desierto. Compró un café y se sentó junto al lago mientras tiraba migas a las palomas. Pensó que la vida era un misterio. Él, juez de menores con una esposa más que capacitada, y sin embargo no podían tener hijos y su propia situación de juez lo perjudicaba. Su mujer canalizaba el espíritu maternal en su trabajo y no sentía necesidad de adoptar. Ellos mismos no calificaban como padres adoptivos y, sin embargo, hubiese dado lo que fuera por ser padre. Sabía que tenía la fortaleza para ayudar a ese chico, pero era juez y debía mantener su posición. Sin embargo, haría todo lo posible por ayudarlo. Lo primero que haría sería comprar una guitarra. Era tiempo de que conociera la felicidad. Era tiempo de que los adultos buscaran nuevos caminos para viejos problemas. Alguien debía empezar.

Las adopciones también lo preocupaban. Sería valiosísimo que esos chicos tuvieran abogados patrocinantes ad-honorem que velaran porque sus expedientes no quedaran muertos en el olvido del tiempo y las urgencias. De esa manera, no pasarían más tiempo del necesario en tránsito. Sabía que, por ley, en su país no podría introducir una idea así, pero quizás si se dirigiera a los Organismos Internacionales, lograra penetrar el rígido marco legal y crear una respuesta nueva.

Comenzó a sentirse bien. Mucho mejor que esa mañana. Habría mucho trabajo por hacer y muchas puertas que golpear, pero estaría creando una alternativa nueva, estaría dando amor.

CAPÍTULO 5
Las asistentes se reunieron con las psicólogas para reunir las experiencias de las entrevistas de ese mes. El trabajo no era sencillo. Apenas una reunión cada una con cada matrimonio para determinar si eran personas normales con voluntad seria de convertirse en padres.

A veces sentían que su información era bastante precaria. Muchas veces, la mayoría, el ojo de la experiencia suplía la eficiencia de la reunión. Todas estaban de acuerdo en que un par de matrimonios eran candidatos firmes y seguros. Con los demás, era necesario evaluar bien las alternativas. Algunos eran demasiado selectivos en lo físico. Otros tenían demasiadas condiciones con respecto a la salud y otros habían acotado demasiado el margen de edad. El matrimonio de 50 no terminaba de resignarse a adoptar un chiquito de 5 años al menos. Era evidente que les faltaba conocimiento. No medían adecuadamente las demandas y necesidades de los chicos menores de esa edad.

Por otra parte, estaba aquella pareja joven. Ella estaba demasiado enojada para poder abrirse al amor. Apenas había hablado en la entrevista psicológica. Su duelo era extremadamente doloroso. Era impensable proponerlos para una adopción hasta que la experiencia hubiera decantado.

¿Qué hacer con las madres solteras? Rieron al recordar aquella tan preocupada con la vejez. Quizás lo que debía hacer era ir buscando un buen hogar de ancianos. La otra era distinta. Humilde, abierta, sencilla, sólo pedía amar a alguien. Al fin y al cabo, eso es lo que se busca cuando se decide ser padres. Habría que presentar bien el caso ante los jueces, pero estaría entre las primeras a proponer ni bien se presentara la oportunidad.

Escribieron sus conclusiones sobre cada caso en la computadora, los imprimieron y anexaron en la primera hoja de cada carpeta. Ya estaban listas para unirlas al grupo de los padres que esperaban ser llamados.

CAPÍTULO 6
Apenas había dormido ese día. Uno de los más pequeños había pasado la noche tosiendo y tan congestionado que debió hacerle una nebulización tras otra. Su aparato era muy viejo y ruidoso. Su esposo había rezongado varias veces, pero no quedaba otra alternativa. Su trabajo iba en decadencia y pronto no generaría ningún ingreso. Ser ama de guarda los ayudaría a pagar los gastos y, si alguno de los chicos presentaba problemas de salud, los ingresos serían aún mayores… si lograban probarlo.

Un año antes, convirtieron su casa en un hogar de tránsito. El negocio del marido empezaba a presentar dificultades y una vecina del barrio, charlando en la panadería, le comentó que trabajaba de ama para el servicio de adopciones. Sólo tenía que agregar algunas camas extras en su casa. Le enviarían desde bebés hasta chicos de primaria que vivirían allí hasta que fueran dados en adopción o sus situaciones familiares lograran ordenarse. “Pagan bien- le dijo- Y en fecha”.

Cuando regresó a su casa, recorrió las habitaciones viendo cómo podía modificarlas. Su madre llegó para saludarla y le contó lo que había escuchado. Esa noche, lo conversó con el marido. “Será temporal – le dijo él- Hasta que el negocio repunte.”

Antes de lo pensado, ya había recibido un varoncito de 3 años, dos hermanitos cuya madre tenía problemas psicológicos y una bebe recién nacida que habían encontrado en un tacho de basura. Cuando la noticia apareció en la televisión, su madre y ella luchaban desesperadamente por nivelarle la temperatura y hacerla beber algo de leche.

Los hermanitos llegaron en muy malas condiciones. Habían estado atados al extremo de una cama, sin bañarse ni poder ir a un baño. Se horrorizó cuando vio los piojos caminándoles por la cabeza, mientras trataba de meterlos en la bañera y hacer desaparecer la ropa que olía tan mal.

Su vecina le había aconsejado que fuera a las ventas de caridad de las iglesias y se proveyera de ropa de distintos tamaños. Y así lo hizo, pero no pensó en bombachitas ni calzoncillos. No tenía qué ponerles. De todos modos, estarían mejor que cuando llegaron. Nunca había tenido que sacar piojos de la cabeza de un chico y realmente no sabía cómo resolverlo. Los llevaría a la peluquería al día siguiente a raparlos. Pero esto no sería tan fácil. Hacía mucho tiempo que no se paraban sobre sus propias piernitas y les costaba mantenerse en pie. Tenían miedo de separarse de las camas y permanecían juntitos, abrazados uno al otro haciéndose todo encima. Nunca se le ocurrió que debería enseñarles a los chicos en su casa o que tendría que ayudar a resolver los problemas que otros generaron. Ella no estaba preparada para eso. Podía darles de comer, vestirlos y acostarlos, pero cualquier otra cosa estaba fuera de su capacidad.

Se encerró en el baño y se puso a llorar. No sabía qué hacer ni cómo hacerlo. Sólo le habían hablado del dinero y ahora su esposo no la dejaría renunciar. Necesitaban el dinero y era mucho más de lo que sacaban con el trabajo de él. Incluso había gente que llegaba a tener ¡hasta 13 chicos! y recibían mucho más. En su casa había logrado acomodar 6 camas extras y una cuna, pero ya no había dónde estar solo y apenas escuchaba a su esposo cuando hablaba entre los gritos y llantos de los chicos.

Se sentía desbordada. No podía hablar con su madre porque ella tenía tanta codicia como su esposo. Había quedado atrapada en una situación de la que no sabía cómo salir. Nunca pensó que sería tanto trabajo. Nunca se dio cuenta que sería trabajo de tiempo completo.

Luego de calmarse, llamó al departamento de Adopciones a contarles lo que le pasaba, aunque sin detallar demasiado por miedo a que le sacaran el trabajo y su esposo se enfureciera con ella. Le dijeron que le enviarían una asistente social enseguida. Una hora más tarde, la asistente y la psicóloga tocaron el timbre. Venían acompañadas de una mujer joven que se concentró en los chicos mientras ellas conversaban.

“-Ud. asistió al curso de formación. Nosotras fuimos claras en las demandas que presentaba este trabajo. Nunca dijo que no se sentía capaz de enfrentarlo”

Quedó muda. Era cierto. Habían recibido un pequeño curso de formación antes de ingresar como amas, pero la realidad era que no recordaba mucho de lo que se había hablado. Sí les habían pedido que aclararan si se animaban a tener chicos con problemas de salud específicos o con retrasos mentales, pero fuera de eso no recordaba mucho. Siempre le había costado concentrarse cuando las conversaciones eran muy largas. Por eso su madre la acompañaba a todos lados, pero no había podido ir al curso. Sólo iban las futuras amas.

- “No importa, de todos modos, le enseñaremos aquí mismo cómo proceder”. Le sugirieron que comprara una máquina para cortar el pelo de los varones. La mujer joven la guió en cómo tratar a los hermanitos y cómo enseñarles a separarse para ir al baño. Le prometió venir un par de veces más para ayudarla. Era evidente que la tarea era demasiado para una sola persona como ella.

- “Oh, no hay problema. Mi mamá me ayuda siempre”- dijo rápida con temor a que le quitaran el trabajo.

La miraron con desconfianza, pero lo cierto es que la necesitaban. Poca gente se ofrecía para ese trabajo y, en su gran mayoría, no estaban ni capacitadas ni comprometidas con las demandas que presentaba. Ya estaban acostumbradas a tener que lidiar casi exclusivamente con dificultades. Sólo les preocupaba no dejarse ganar a sí mismas por el desaliento y perder de vista el objetivo central que las había llevado a estudiar esas carreras y aceptar esos empleos: los chicos.

CAPÍTULO 7
Llegó temprano al hospital. Sabía que tendría un día agitado. Una de las amas la había llamado a su casa la noche anterior, contándole los problemas que enfrentaba. Siempre entregaba su número personal a las amas que llevaban los chicos al hospital donde trabajaba. Esas mujeres se enfrentaban a más problemas que cualquiera y, hasta a veces, a varios al mismo tiempo, sobre todo con la llegada de los primeros fríos. No estaban debidamente entrenadas (y sería muy difícil hacerlo), de modo que toda ayuda que se les pudiera dar siempre era importante.

Apenas se asomó a la puerta de su consultorio, vio a una mujer desconocida, con una bebé en sus brazos. Por la edad de la mujer, dedujo que era la abuela o una de las amas. Así era. Había recibido a la pequeña apenas unos días antes. La beba era extremadamente pequeña, y aparentaba una fragilidad que impresionaba, parecía que iba a romperse apenas se la tocara. El rostro de la mujer reflejaba claramente el desconcierto y el desánimo. Era evidente que no sabía cómo encarar el problema que tenía en sus brazos.

Se acercó con una sonrisa para ayudarla a ganar confianza. Acarició con mucho cuidado la cabeza de la bebé para sentirle la temperatura. Se le estrujó el corazón. Por primera vez sintió una ola de tristeza y dolor entrando por su mano y ascendiendo por el brazo hasta su pecho. Creyó que estallaría en llanto, pero después de tantos años acompañando el sufrimiento de padres e hijos, casi se había inmunizado. Al menos, lograba mantener la expresión de sus sentimientos al margen.

La mujer habló asustada. Parecía que la bebé tenía algo en los ojos, una coloración extraña los cubría. Nunca había visto algo así y nadie había podido ayudarla. La doctora la miró directo a los ojos. No era un caso común. Recordaba haber leído algo así muchísimo tiempo atrás. Levantó con mucha suavidad los párpados de la bebé y confirmó los dichos del ama. Le sugirió dejarla internada un par de días para hacerle estudios y controlarla. El ama no sabía qué hacer. Seguramente, nunca pensó que algo así pasaría y no había preguntado qué hacer a sus superiores.

Le dio los teléfonos del Depto. de Adopciones para que les avisara de la situación. “Dígales que está conmigo. Ellos me conocen”. La mujer respiró aliviada. Por teléfono le dieron las indicaciones. Enviarían a alguien a hacerse cargo. Ella debía regresar al hogar.

En el colectivo de regreso se sintió mal, incómoda. Había dejado a esa bebé tan pequeña, tan indefensa, en un lugar desconocido, enorme de grande, con gente que apenas sí sabía su nombre. Entonces comprendió la magnitud del abandono. Se sintió tan mal que comenzó a llorar.

Al día siguiente, asistió a la primera reunión de amas. Una vez por mes, la totalidad de las amas del Depto. de Adopciones se reunía con las psicólogas y asistentes del área para intercambiar puntos de vista, estrategias de trabajo y, sobre todo, apoyarlas emocionalmente.

Siempre era fácil detectar a las amas nuevas. Su rostro denotaba demasiado cansancio y un aire de sentirse abrumadas. Sin embargo, un par de meses más y ya parecían altamente experimentadas en los vaivenes del trabajo.

Junto a ella se sentó una mujer que no dejaba de fumar. ¿Podía fumar en su casa con los chicos? “-Ah, querida, yo no me preocupo. Yo no acepto bebés, así que los dejo jugar todo el día en la vereda. Así yo me quedo tranquila en casa. Total, el día que los adopten, lo formarán los padres. No es mi obligación.”

“-¡Pobres padres, la que les espera, sobre todo si viven en departamentos!” dijo otra, muy alta y delgada. Tenía un tipo nervioso y también fumaba, pero con más control sobre sí misma. “¿Cómo estás? ¿Eres nueva, no? Tienes cara de cansada. ¿Cuántos chicos tienes en tu casa?

“-Cuatro.
“-¡Cuatro! Yo he tenido hasta 13. Y ninguno pasaba los 7 años. En una oportunidad teníamos 3 bebés al mismo tiempo. Es cierto que mis hijos me ayudan. Están terminando el secundario, sabes, tienen sus obligaciones pero me ayudan. ¡Les encantan los chicos! A mí también. Y ellos deben quererme porque siempre me llaman “mamá”. Claro, lo que pasa, es que los mayorcitos van al cole y, para que no tengan que explicarle nada a sus compañeros, yo les digo que me llamen así, total ¿qué les importa a los demás, no?”

“-¡Otra vez con esa historia!”- saltó de su asiento otra mujer más entrada en años y carnes. Tenía cara de mamá gallina. “-¿No te dijeron ya miles de veces que no sigas fomentándole eso a los chicos? No te dicen mamá porque te sientan mamá, sino porque actúas como una mamá. Eso es todo. Te apegas demasiado.”
En ese momento entraron las psicólogas. Le pidieron que se presentara y contara cómo iba su experiencia hasta ese momento, y que lo hiciera con absoluta honestidad. Todas habían pasado por lo mismo, incluso ellas.

Comenzó tímidamente, hasta que recordó a la beba internada. Allí el miedo de haber fallado y la angustia de haber dejado solo a alguien tan pequeño, la quebró. La dejaron desahogarse unos minutos. Nadie trataba de calmarla. Por el contrario, cuanto más llorara ahora, mejor podría enfrentar el regreso a su casa. Empezaba a darse cuenta cabal de cuánto implicaba el trabajo que había encarado para salvar el negocio de su esposo.

Apenas comenzó a calmarse, le avisaron que la bebé estaba bien. Evolucionaba y, con suerte, en un par de días se la llevarían de nuevo a su casa.

Luego comenzó una larga lista de quejas y recriminaciones por parte de las otras amas. Contra los futuros padres, contra los médicos, contra los jueces que las hacían ir al juzgado, a veces casi sin necesidad. “Al fin y al cabo –dijo una de ellas- nosotras cargamos con todo el peso del trabajo y nadie nos tiene en cuenta”.

“-Hemos hablado de eso cientos de veces en estas reuniones, Clara. Así es el trabajo y estas son las reglas de juego. No podemos pasar todos los encuentros lamentándonos por lo mismo, ¿de acuerdo?”.

Se concentraron en los temas administrativos primero, para luego encarar los desafíos específicos que se les estaban presentando en ese momento.

CAPÍTULO 8
La doctora recorrió los pasillos que la llevaban desde su consultorio hasta la sala de neonatología donde habían dejado a la bebé. Se la veía tan indefensa que hubiera deseado quedarse con ella todo el tiempo. De todos modos, en ese hospital, el personal volcaba una dedicación muy especial por sus chiquitos en tránsito. Los hacían suyos y, de ser necesarios, hasta les compraban medias o camisetitas de su propio bolsillo. No todos los hospitales eran así. Recordaba su primer trabajo. La jefa de enfermeras tiene cierto placer morboso de confundir a los padres primerizos que iban a buscar su primer hijo dándoles datos no totalmente correctos.

La recibió la enfermera de planta de ese día. Le entregó el informe y le dijo que se quedara tranquila porque estaría de guardia esa noche y no dejaría a la bebé sola por nada.

Se acercaron a la cuna. La acariciaron con mucha suavidad. Sus piecitos, sus manitos, su pequeña cabeza. Mientras dormía, hacia pequeños mohines frunciendo el entrecejo y rezongando bajito. La palpaban con mucho cuidado para ver si le dolía algo. Pero no, parecía, sin embargo, estar quejándose de su situación. ¿Sería posible que se diera cuenta? Un par de meses atrás había escuchado a un conferencista contar que ya se había probado que los bebés en la panza de sus madres oyen todo lo que hablan los padres y registran sus sentimientos. ¿Cuánto habría oído y qué habría sentido en todo ese tiempo? Sin duda, algo le había impedido ser más corpulenta, más sana, sentirse más comprometida con la vida.

Trajeron su mamadera. No necesitaban alimentarla por suero. La tomó en sus brazos y se sentó a disfrutar uno de los momentos más mágicos de la vida: dar de comer a un pedacito de Cielo.

La bebé abrió los ojos y los alineó con los suyos. Se veían más limpios. Le sonrió mientras con el pulgar derecho le acariciaba la mejilla. Por un momento, el mundo entero desapareció.

Volvió a dejarla en la cuna. Era hora de irse. Le dio las indicaciones a la enfermera y caminó por los pasillos rumbo a su consultorio para cerrar todo e irse. Entonces regresó a la realidad. Cuando presentara el informe al juzgado, quedaría frenada su entrega en adopción. El juez solicitaría más tiempo para evaluaciones antes de arriesgarse a darla en adopción y exponerla a una devolución. Era una pena. Necesitaba brazos amantes más que nada en este mundo, igual que todos los demás chicos. Ahora, debería esperar.

CAPÍTULO 9
El juez convocó a todos los médicos que habían participado en el caso. Se encontró el despacho lleno. Entre ellos, el ama y la asistente social a cargo. Se trasladaron a una sala de reuniones. El expediente que llevaba en sus manos contaba en sus cientos de páginas, la historia de una personita de apenas un año y medio. ¿Cómo era posible que, en tan poco tiempo, hubiese quedado expuesta a tantas situaciones?

Tomaron asiento, como pudieron, alrededor de una mesa oval. Algunos se ubicaron en sillas en una segunda fila. El juez los contempló.

-“Dudo mucho- dijo- que yo haya visitado a tantos médicos en toda mi vida. Y eso que ya estoy por retirarme.”

Se sentía el clima tenso. Todos mantenían una posición defensiva. Nadie quería arriesgarse ni arriesgar su trabajo en un caso como ese.

“Se trata de determinar fehacientemente, si ya puede entregarse a esta niña en adopción. No quiero cometer el error de asumir que está todo bien y luego tener problemas con los adoptantes. De modo que denme su informe final. ¿Puede ser o no entregada en adopción?

Nadie hablaba. Nadie quería ser el primero en arriesgarse. El juez comenzó a mirar el expediente desde atrás. Se dirigió a la última doctora que la había visto. La miró a los ojos. La mujer titubeó.

Comenzó a hablar sin definir a ciencia cierta la situación. Obviamente podrían hacerse muchos más estudios… los antecedentes… la evolución…. El juez perdió la paciencia y fijó sus ojos en un médico de la lista al que ya conocía. Éste respondió que la última vez que la había revisado todo estaba en orden y que no había manifestado más síntomas desde hacía 3 meses. Luego preguntó a la terapeuta de estimulación temprana. “-Hasta ahora, el objetivo fue alcanzado”. El juez comenzaba a fastidiarse.

El ama pensaba para sus adentros: “Cada vez que hay que dar un alta, parece que hubiera que irse caminando a Luján. Nadie quiere arriesgarse con el juez. Menos mal que nunca dije que hace espasmos cuando se asusta o nunca más tendría la oportunidad de encontrar a su familia”.

La asistente social veía deslizarse la tarde entre sus manos y pensaba la cantidad de cosas que le estaban quedando pendientes. Pidió permiso un momento para llamar a la oficina y avisar que cancelaran un par de citas que había fijado para ese día.

-“De acuerdo, dijo el juez. Asumamos que está para el alta, dígame Lic. Puente, ¿cuánto tiempo de vinculación recomendaría en este caso?

“-Teniendo en cuenta que la menor llama al ama “mamá” y el tiempo transcurrido, diría que un par de meses sería lo adecuado.”

“-¿Y qué clase de matrimonio sugiere?”

“- El que acepte, sr. juez, el que acepte. Es difícil ubicar chicos de esta edad y con estos antecedentes. Lo ideal sería un matrimonio que ya tuviera hijos, gente con experiencia y con otros chicos en la casa para que no sea tan grande el cambio”.

“- ¿Están todos de acuerdo en que el momento es adecuado y que todos los grandes problemas ya han sido resueltos?”

El silencio ganaba. Apenas algunas consideraciones con leves movimientos de cabeza. Los médicos se miraban entre sí, esperando ver si alguno se animaba a manifestar su apoyo concreto. Unos tibios “sí” con gestos de cabeza dubitativos recorrieron el salón. El juez se estaba exasperando. Finalmente, dio la reunión por terminada. Todos se retiraron aliviados. La asistente corrió hacia la calle para tratar de aprovechar lo que quedaba de esa tarde.

El ama se quedó viendo a todos marcharse. Miró al juez. Miró el expediente. Debía comenzar a prepararse para la separación.

CAPÍTULO 10
Era una maravillosa mañana primaveral. La ciudad entera resurgía del invierno llenando de verdes brillantes los árboles y de toda clase de colores los puestos de flores.

Salió a caminar por la avenida comercial. Se sentía feliz, con una liviandad en su corazón que parecía hacerla flotar.

Tenía esa sensación clara, plena, de que todo estaba en orden. Que pronto el cielo le ofrecería un regalo maravilloso.

Se detuvo ante una mueblería. Miró las cunas, las mesitas y las sillas bajas. ¡Cómo deseaba comprar todo lo necesario! Deseaba soñar con su futuro hijo, imaginarlo, llenar su cuarto de cosas bonitas para recibirlo como a un rey. Pero era realista. Ni un embarazo es seguro, mucho menos una adopción. Sólo Dios sabía a ciencia cierta si algún día los llamarían. No se dejaría tentar. No compraría ni una batita. ¡Pero qué lindas eran! Sobre todo ahora que las veía como la ropa de su posible bebé. Además, tampoco sabía qué tiempo tendría. Habían especificado que fuera menor de un año, pero eso era todo. A lo mejor necesitaban coche cuna, y a lo mejor con la sillita de paseo bastaba.

Unos pasos más allá estaba la juguetería. Prestó atención a lo que no había mirado nunca antes: sonajeros, mordillos, móviles para la cuna. Todo parecía cobrar un sentido y una vida que no habían tenido hasta ese momento. Se moría de ganas de entrar a comprarlo todo. Pero sabía que debía conservar todo en su corazón.

Una mujer embarazada pasó a su lado. ¿Y si fuera ella? ¿Qué probabilidad tenía de cruzarse en la calle con la mujer que llevara a su hijo en la panza? Parecía increíble pensarlo. Y, sin embargo, ¿quién podía asegurar que eso no pasara? Nadie conocía el juego de las almas. Nadie conocía el misterio creador.

De pronto se detuvo. Sintió una presencia familiar a sus espaldas. Miró hacia atrás pero no vio a nadie.
Esa mañana se sintió desanimada. Veía las flores y los brotes de los árboles desde la ventana de su estudio y se preguntaba qué tenía de lindo esa primavera.

“- ¿Y, tienes alguna novedad?”

Sonrió para disimular que ya estaba harta de la pregunta. Cuando se anotó con su esposo para adoptar, le había contado a todo el mundo y ahora todo el mundo le estaba encima preguntándole cuándo llegarían las buenas noticias. Estaba furiosa, el tiempo pasaba y pasaba y no la llamaban. Ya había llamado varias veces al Depto. de Adopciones. Siempre le contestaban lo mismo: ¡2 años! Dos años era el promedio de espera. Apenas llevaba unos cuantos meses. En ese momento estaban circulando por los juzgados las carpetas anteriores a la de ella. Incluso tuvieron el descaro de ¡ofrecerle terapia! para manejar la ansiedad. A ella, a ella que tenía su propia terapeuta y que buena plata le pagaba para manejar su ansiedad y cualquier otra cosa que ella quisiera manejar. Si justamente su terapeuta le había dicho que llamara para asegurarse que no se olvidaran de su expediente. Por momentos no podía creer que estuviera tratando con gente tan incompetente.

Se quedó pensando. Recordó aquella persona que le ofreció, por poca plata, y rápido conseguir un recién nacido. Sólo tenía que darle algo a la mujer que daba a luz y podrían arreglarle el tema del documento por un poco más. La idea era tentadora, pero su marido se oponía terminantemente. “No puede empezarse con una mentira” se la pasaba repitiendo. En la vida hay que ser práctico, pensaba ella. Su marido era demasiado legalista. Ya tendrían al bebé y se reirían de los dos años de espera. Y tampoco tendría que soportar a todos los conocidos preguntándole cómo iban las cosas. Pero estaba casada y no era su decisión, era de ambos. Ella sabía que él no estaba muy decidido. A lo mejor, en el fondo, esperaba que no sucediera nunca y le decía eso para ganar tiempo. No, él no era así. Era un hombre honesto. Habría que esperar.

CAPÍTULO 11
Acompañaron a los padres de ella a la estación de micros. Se marchaban a pasar sus vacaciones. Los saludaron mientras el micro se marchaba y comenzaron a retirarse. Un sentimiento claro llenaba sus corazones. Sería mejor quedarse en la ciudad ese verano, en casa, no planear viajes ni ninguna otra cosa. Ellos no tenían hijos, podían irse de vacaciones cuando quisieran.

Caminando, llegaron al centro de la ciudad. Almorzaron y pasearon un poco. Luego volvieron a su casa a disfrutar de un tranquilo fin de semana.

El lunes por la mañana, la llamó una amiga con la que se conocían desde hacía años, y que vivía en el exterior. Estaba de regreso, de vacaciones. Le contó que sentía que estaba a las puertas de un cambio. Tenía clara conciencia de que muy pronto su vida daría un giro.

Una hora después, el teléfono volvió a sonar. Una voz desconocida se presentó dando su nombre, el número de juzgado y un montón de datos que no recordaba. Le dijo que estuvieran allí a las 12.

¡Era LA LLAMADA!

Corrió al otro extremo de la casa a buscar a su esposo“-¡Llamaron del juzgado, llamaron del juzgado, un juez, un tal xxxxx, nos dijo que fuéramos al edificio de la calle Paraguay! Acá lo anoté. No sabía que tenían edificios ahí. Anoté todo, mira”

La emoción era desbordante. Allí estaba, allí estaba. A sus manos, la espera, el sueño, la fantasía de ese momento, todo todo se volvía realidad. Era una llamada mágica, única. La mejor llamada del mundo.

Se cambiaron enseguida. No tenían auto. Si hubieran tenido un helicóptero, hubieran salido volando hacia allí. No había otra cosa en sus mentes ni en sus corazones que no fuera llegar de inmediato. Lo habían presentido, lo habían llevado dentro suyo, en una parte de su ser más profunda aún que su propio cuerpo. Ella había soñado con él. Sabía que estaba por llegar. Llevaba tres semanas recordándole a Dios que él ya estaba allí, que se apurara a reunirlo con ellos, que no lo hiciera esperar.

Llegaron al juzgado. Era temprano todavía así que caminaron por los alrededores para descargar un poco los nervios.

A las 12 en punto se presentaron en el juzgado. Los hicieron pasar. El juez los miró directo a los ojos. “-¿Están preparados para ser padres?” preguntó. ¡Ni dudarlo! pensaron ellos. Los hizo esperar un poco más mientras los papeles quedaban listos. Les contó un poco sobre el bebé. Era recién nacido, un varón tal cual ellos lo habían presentido. Les recomendó que compraran algo de ropa y pañales antes de ir a buscarlo. Debían llevarle ropa al hospital para vestirlo antes de salir. Algo de paternal se mezclaba en esa aura de autoridad absoluta que daba como juez.

Salieron de allí desbordantes. Corrieron a un centro comercial cercano a elegir la ropa. Compraron lo básico: chupete, mamaderas, pañales, un par de enteritos, una camisetita, dos baberos. Dejaron todo en su casa que estaba cerca y volaron al hospital. Una larga serie de pasillos, tal como su sueño le había mostrado, conducía a la sala de neonatología. Los hicieron pasar. El corazón de ella pareció salírsele hacia una de las cunas. Sí, allí estaba él. Ese era su hijo. Un bebé hermoso y cachetón que rodeó con sus brazos. Él era la presencia familiar que había estado rodeándola ese último tiempo. Lo conocía bien y lo amaba.

No fue él el único, sino el primero. Cada encuentro con uno de sus hijos tuvo el valor del mágico amor que une a las almas y no a los cuerpos. Cada uno de ellos, un tesoro invaluable que sólo llena al corazón que lo contiene.

Muchas veces, la gente le preguntó cómo era posible que hubiesen adoptado varios hijos. Sin embargo, la experiencia recorrida dejaba claro que sólo el amor abre las puertas al amor. Sólo la entrega y la aceptación del hijo como hijo y como persona podían asegurar reencontrarse en este mundo. No buscaban una posesión personal, no buscaban una familia, no buscaban llenar un vacío. Sólo buscaban reunirse con aquellos con quienes eran uno.

CARTA 1
Rondo tu espacio interior. Me llevas dentro tuyo aún cuando no me deseas. Sé por lo que estás pasando. Siento tus emociones, tus disgustos y tus iras. No hay nada que puedas esconderme. Por ahora, por este pequeño tiempo de nueve meses, seremos uno y permearás mi ser con tu energía de modos que aún ni imaginas.

Sé que no deseas lo que sucede y, aún así, cumples con el requisito de darme la vida. Es valiente de tu parte. Aún en tu rechazo, has mostrado tu capacidad de entrega. No te asustes. No voy a reclamarte nada. Este es nuestro acuerdo privado. Tú me das la vida, yo te doy tu libertad.

Mis padres me esperan. Acordamos esto largo tiempo atrás, antes que ellos descendieran a la vida.

No necesito libretas ni jueces para saber quiénes me aman. Quiénes son capaces de pasar sus noches en vela por mí. Quiénes renunciarán a todo por mí, por mi felicidad, por mi amor, por cada sonrisa que les doy. Sé que sus brazos me recibirán dibujando el nido que no me das, que no debes darme. Tú única responsabilidad en este plan es que me regales la vida. Y te honro por eso. Podrías rechazarme al punto tal de quitarme de tu cuerpo y, aún así, no lo haces. Hace falta valor para eso.

En mi ser llevaré grabado estos meses, no sólo con la memoria de la separación, del sentimiento desbordante de soledad que nace y queda inscripto en mí, en el momento de nacer y no tener brazos cálidos y sonidos conocidos para recibirme. Llevaré también toda la riqueza de tu mundo emocional que, unido al mío, me dará desafíos trascendentes que encarar en esta vida.

Sí, así es. Tu mundo emocional se entremezcla con el mío y, al luchar por trascender mi abandono, lucho también por liberarte del peso emocional que cargamos juntos. Cuando uno se libera a sí mismo, libera al otro también.

Hemos sido uno y, de alguna manera, traemos un destino espiritual que debe resolverse en el presente.

No te voy a reclamar. No podría. En el perdón y la comprensión radica mi salvación. No tengo nada que juzgar, nada que condenar. Tú hiciste tu parte y yo la mía.

En el momento en que tú partas, las puertas estarán abiertas para que el amor entre en mi vida.

Te agradezco por tu entrega.

Te agradezco tu valentía.

Honro el camino que recorriste conmigo y te libero para siempre.

Fuimos uno. Ahora somos dos.

CARTA 2
En el camino más largo que recorro, has aparecido en mi vida, de una forma extraña e inesperada.

Hubiera deseado llegar a mi hogar sin conocerte, pero al mismo tiempo, me regalas una experiencia que enriquecerá mi camino espiritual más allá de lo pensado.

Yo mismo marqué el camino. Yo mismo te convoqué a mi vida. No es una experiencia grata. No es algo que desear para otros. Pero servirá de ejemplo, despertará conciencias, hará reaccionar a más de uno al comprender que los hijos deben estar con sus padres de inmediato y no demorarse en caminos interminables de papeles y reglamentos.

Quizás abriré la puerta para otros. Quizás abriré puertas para ti. Quizás, sólo me abra a mi propio aprendizaje, a mi propio compromiso.

No soy el único. Tú lo ves. En tu casa conviven conmigo muchos más. Llenamos tu hogar de ruido, llanto, mamaderas, chupetes y burócratas. Estamos ahí, pero no nos ven.

Somos un legajo. Somos un reglamento. Somos tantos que les cuesta vernos individualmente. Los informes son confusos. No nos conocen realmente. No estamos en casa, no es nuestro hogar, nos defendemos como podemos. Hay que sobrevivir… ¿o no?

Nos enfermamos en un suspiro y Uds. se asustan. Retrasan nuestras entregas en adopción. Pero no somos un legajo, no tenemos otra forma de quejarnos, no tenemos otra forma de decirles “llévenme a casa, me están esperando”.

¿Cómo conseguir brazos amorosos para cada uno de nosotros si somos tantos? ¿Quién nos ve realmente? ¿Quién detiene su mirada en nuestros ojos y, con una sonrisa, nos hace sentir seguros? Mamá no está acá. Papá tampoco. Estamos solos. Somos muchos, pero estamos solos.

Déjame seguir mi camino. Mi familia me espera. Tu trabajo ha sido duro y deberás renunciar a mí. Tú ya lo sabías de antemano. Y aunque no sea fácil, es tu acto de amor hacia mí.

CARTA 3
Ojala pudiera recibirte con la libertad del corazón que tú mereces. Pero no será así. Vengo de un mundo lleno de estructuras que me dicen qué pensar y qué sentir. Pero, sobre todo, qué alcanzar.

No estoy segura de poder amar. No estoy segura de querer encarar los valores que otros me heredaron. La sociedad me empuja. El mundo me define. La competencia me devora.

No quiero cambiar lo que otros ya probaron. No me animo. No tengo la fortaleza suficiente. No esperes que defienda tu situación ni te vea como un alma. No estoy preparada para eso. No lo estoy ni aún para mí misma.

Pondré a tu disposición todo lo que la sociedad pueda ofrecer: médicos, psicólogos, colegios pagos y ropa bonita. Conocerás y probarás todo lo que pueda pagar. Pero no puedo asegurarte que te ame en libertad. No lo sé.

No llego a este encuentro con la libertad de poder amar. Llego atada y presionada por mis propias estructuras, por mis propios esquemas, por mi propia comodidad. No soy de las que rompen los patrones ya probados, ¿para qué? Es más cómodo seguir un camino conocido… aunque no sea el más auténtico.

Te pido perdón de antemano porque no seré la mejor persona para ayudarte a sanar tus heridas. Quizás, tú mismo te conviertas en mi maestro y yo en tu alumna.

Tampoco sé si tendrás hermanos. No sé qué clase de familia podré ofrecerte. No soy la persona más adecuada, pero lo tendrás todo. Sólo no me pidas que te sea incondicional, porque yo misma aún no puedo amarme.

CARTA 4
Por momentos las dudas me dominan. No podré darte un padre. No podré darte una historia que te apoye. Uno mi soledad a la tuya, para que nunca más estemos solas.

¡Será una historia graciosa! Tendremos que elegir: o contar de tu adopción o decir que soy madre soltera. ¿Qué prefieres? ¿Qué te protegerá más ante esta sociedad estructurada y hostil?

Pero, nada importa. Mi vida cobra sentido y destino al rodearte entre mis brazos y sostener tu cabecita en mi pecho. El amor que me desborda nada más puede dármelo en la vida. Sé que no será fácil para ti ni para mí.

Pero nos tendremos mutuamente. Sin importar lo que suceda.

Renuncio a todo por ti. Renuncio a mí por ti.

Me encuentro a mí misma en la posibilidad de amarte más allá de lo soñado. En la posibilidad de darte cada parte de mi ser, de mi tiempo, de mi sueños.

Me veo en tus ojos. Me descubro en nuestros juegos. Sin ti, una parte completa de mi ser dormiría ignorante en las profundidades de mi alma.

Contigo, el ser que soy encuentra plena manifestación.

No imagino un momento de mi vida sin ti. No imagino un futuro en que tú y yo no seamos parte de la totalidad que somos.

Sólo quiero verte crecer.

La vida cobra valor en el amor sin límites, en la entrega sin condiciones. En nuestro encuentro cotidiano.
Yo te amo.

CARTA 5
Mientras mi cuerpo toma forma en territorios ajenos, mi alma te rodea y te acompaña. Sé que serás mi madre en poco tiempo. Nos conocemos de hace mucho. Has soñado conmigo y sabes que me llevas dentro de ti de una forma totalmente nueva. Te amo. Y a papá también. Uds. saben quién soy. Me intuyen, me presienten, me anticipan.

Recorreremos juntos un camino nuevo. Me ayudarán a encontrar mi verdadero ser en medio de un mundo hostil y emociones encontradas.

Su amor será un bálsamo en mi vida.

Nada más trascendente que saber que me aman.

Que, sin importar quién soy o de dónde vengo, sus corazones me contienen en un nicho de amor incandescente que sana mis heridas.

Soy consciente del camino que recorrí, aún cuando no lo recuerde. Y les agradezco recordármelo y no tapar con mentiras ni ocultamientos la verdad que es parte de mi vida.

En la mentira no podremos encontrarnos, pero cuando musitas en mi oído “Agradezco a los ángeles del cielo por ser tu mamá”, el mundo entero se transforma en un gigantesco nido amoroso que me contiene y me sostiene.

Es tu amor el que me sana. Es tu amor el que me sostiene, el que me da fuerzas para enfrentar la dualidad de la vida emocional en que me desarrollo. Tendrás que lidiar con mi temperamento y con las experiencias que viví antes de reunirnos. Es importante que lo sepas. Sanarás más que mi separación. Sanarás también mi historia, mis orígenes y mi dolor con la única herramienta cierta que funciona para mí.

Me oirás decirte cosas terribles muchas veces, pero no dejes que mi dolor y mis heridas te confundan. No tendré nido más seguro, ni brazos más amorosos ni corazones más dispuestos que el de papá y el tuyo.

Podré enojarme con uds. porque siempre sabré que estarán allí para mí, y que pueden perdonarme lo que otros no.

No importa si me retan. Soy su hijo. Somos uno. Unidos en el amor de una forma mágica que trasciende las formas y los cuerpos. Lazos de sangre no unen lo que el espíritu integra.

Sea donde sea que la vida me lleve, sea donde sea que nuestros caminos terminen, es su amor el que me dará la base sólida para construir la vida que encarne.

Allí donde los lazos físicos quitaron los cimientos, allí es donde Uds. construyeron el terreno sólido sobre el que podré crecer.

Me regalaron una vida, se regalaron una vida. Creamos más allá de lo imaginable. Allí donde pocos siembran recogeremos el gozo de mirarnos a los ojos sabiendo que sólo el amor nos une.

CARTA 6
Aquí estoy sentada, mientras siento tu presencia rondándome. Me eres tan familiar… como si siempre hubiésemos estado juntos. Sé que eres tú aunque no te vea.

Aquella noche te llevaba en mi corazón. Te sentí dentro, un pequeño feto de tres meses gestándose en mi interior. Te conozco. Sé quién eres.

Puedo sentir tu alma, tu hermosa alma, junto a mí. Papá también te siente. Estás con nosotros y en nosotros. Te gestamos en espíritu mientras esperamos el momento glorioso de llevarte en nuestros brazos y besar tus cachetes rosados. Ansío el día en que mis ojos se alineen con los tuyos y mis manos te acaricien. Quiero comerte a besos.

Miro las vidrieras pensando cómo regalarte el mundo. Camino por la casa imaginando tu cama y tus juguetes.

¡Tengo tanto para compartir contigo! Cientos de canciones infantiles vienen a mi mente mientras te anticipo en secreto.

No hablo mucho sobre vos con los demás. Te guardo en el silencio de mi ser dialogando secretamente contigo. Sé que estás ahí. Te siento y te presiento. Te guardo para mí.

¡Estás tan cerca! Puedo percibir que, en poco tiempo, estaremos juntos. ¡Si pudiera atravesar el delgado velo que en estos momentos nos separa y traerte a mí ya mismo!

En sueños nos encontramos. Yo lo sé. Y papá también. Pronto, muy pronto compartiremos nuestra cama contigo. Veremos tus ojos, acariciaremos tu cuerpo, te apretaremos contra nuestro pecho, casi como tratando de llevarte dentro nuestro.

Sé que no ha sido fácil para ti. Ojala hubiera podido borrar el dolor para ti. Ojala hubiera podido bajar cientos de estrellas del cielo y tapizar tu camino para que tu andar fuera leve. Pero ni tú ni nosotros elegimos eso. Elegimos reunirnos así, a la distancia, a través del amor, mostrando y mostrándonos a nosotros mismos que el amor y el espíritu son aún más reales que la carne.

Muchos pueden gestar a sus hijos, pero no muchos pueden sentirlos, anticiparlos, intuirlos.

Nosotros ya somos uno. Sólo nos queda encontrarnos cuerpo a cuerpo, unir nuestras miradas, compartir nuestra cama, acogernos mutuamente en el calor de la familia.

Estoy aquí para ti, desde hoy y para siempre. Estamos aquí sin importar los buenos o malos tiempos que vendrán.

Te amamos y, en este amarte, nuestra vida se completa.

CARTA 7
En una hora más, me habré retirado. Aquí estoy, mirando por última vez, desde la ventana de mi despacho. ¡Tantas veces me quedé contemplando el cielo, la calle, la magnífica arboleda de los jacarandaes de la plaza tratando de encontrar la respuesta correcta a problemas casi insolubles! ¡Tantas veces oré pidiendo claridad y sabiduría! Por fin, paso a otro la posta del trabajo. Espero que tenga la humildad y la serenidad de espíritu para llevarlo adelante.

Me pregunto ahora, al final del camino, cuántos errores habré cometido, a cuántos habré lastimado sin necesidad, a cuántos ignoré sin darme cuenta. En mi juventud, hace tanto tiempo, no medía claramente la dimensión de mi trabajo, la enorme responsabilidad que mis sentencias implicaban. De a poco, los años, fueron enseñándome y mostrando la trascendencia de mis actos.

Recuerdo la primera vez que lloré. Lo hice a escondidas, en mi propia casa, bajo el agua de la ducha que cubriría la marca de las lágrimas. El peso de tantas historias tan dolorosas finalmente me vencía. Debía buscar rápidamente en mi interior el secreto divino que me permitiera afrontar las responsabilidades de mi cargo. Debía comprender que yo mismo no era más que humano, tan ignorante y tan pequeño como quienes llegaban hasta mí. Ese día, bajé de mi pedestal de juez, y me senté, en el silencio de mi interior, junto con las personas cuyas historias llenaban mis expedientes. Me di cuenta que era uno más como ellos. Ni más sabio, ni mejor, ni más poderoso. ¡Cuántas veces me sentí impotente al ver que no lograba dar final ni solución a situaciones sencillas! Una y otra vez pude ser testigo de cómo la realidad y la historia de cada persona en este mundo se escribe a sí misma sin importar cuánto trate uno de solucionarla.

Y entonces viene la gran pregunta: “¿Por qué?” Quizás, por lo que aquella mujer me dijo una vez. Casi sin dientes, apenas sabiendo firmar y casi sin saber leer, poseía una sabiduría en sus ojos y en sus pocas palabras que me hacían sentir pequeño: “-Lo que debe ser vivido, será vivido, señor, no hay más verdad que la del alma”. Y, sin embargo, en ese mismo momento, estaba perdiendo definitivamente la custodia de sus hijos por una maniobra tramposa de su concubino que, sin duda, los usaría para mendigar. Me sentía impotente. ¿Cómo era posible que yo, un juez, no pudiera desarmar la tan perfectamente urdida trampa del abogado de su pareja? Y, sin embargo, así era. Parecía que el universo ataba mis manos para que se cumpliera un designio superior. Y yo me sentía pequeño.

Casi treinta años hicieron falta para que ganara humildad. Casi treinta años para que, finalmente, aplacara mi soberbia intelectual y todopoderosa y aprendiera a mirar a las personas y no sólo al Código. Casi treinta años para aprender de la vida, lo que no hubiese aprendido en treinta vidas.

Hoy, por fin, llega el momento de retirarme. Lo he visto todo. Casi todo amargo. Sin embargo, una y otra vez llegan a mi memoria los rostros brillantes y gozosos de esos padres que se abrieron al amor, a la entrega incondicional, a la fe más absoluta en la voluntad divina. Los hubo sí, algunos pocos, pero los hubo. Y su fruto fue bueno. La vida, generosa, me regaló ver madurar esos frutos, los hijos de la adopción. Los hijos amados. Los verdaderamente amados. Tantos padres entregándose completos, en cuerpo y alma, a un ser desconocido, que entraba a sus vidas con quién sabe qué historia en sus espaldas. Y ellos abrieron sus brazos y lo dieron todo. También hubo de los otros, pero esos ya no cuentan. Guardo para mí la memoria gozosa del éxito y del amor. Porque sólo se triunfa allí donde el amor florece, donde un ser humano puede desenvolverse pleno y libre acunado por los brazos del amor incondicional.

Pronto, en un rato más, vendrán a buscarme para una última copa juntos. Me palmearán la espalda y harán que prometa que volveré a visitarlos. Pero ya es tiempo de recogerme en mis memorias y poner en palabras, para aquellos que me seguirán, el balance final de mi camino. Es tiempo de recordarnos a nosotros mismos que sólo el amor existe.

CARTA 8
Aquí estoy, mamá, mirando nacer a mi pequeño. Lo veo y, en esta extraordinaria mezcla de sentimientos que me invaden (no sé si reír o llorar), tu rostro viene una y otra vez a mi. Y pienso en el día en que me recibiste en tus brazos.

¡Qué distinto y sin embargo, qué parecido! ¿Cómo te sentiste cuando me viste por primera vez? No creo que haya sido tan distinto. Era casi tan pequeño como mi hijo. ¿Te acuerdas de la foto que tomó la tía? Casi me perdía en tus brazos que me sostenían como a un pequeño tesoro.

Cuando pienso ahora, el gozo increíble que me da sostenerlo y contemplarlo, comprendo la fuerza de tu decisión al arriesgarte a ser madre soltera.

Nos diste todo de vos. Renunciaste a tu bienestar económico, a tu espacio propio, a tu tiempo libre. Te diste y te donaste a ti misma por nosotros. Yo mismo no sé si seré capaz de dar tanto. Tengo la ventaja sobre ti de tener una compañera de viaje, una mujer con quien compartir la vida y las dificultades.

La historia de tu nieto recién comienza. Viene enriquecida por el amor que nos diste y por la capacidad de entrega que nos enseñaste. Me pregunto, por momentos, si seré capaz de dar todo lo necesario. Si seré capaz de acompañarlo a lo largo de su vida con amor sincero. ¡Somos tan egoístas! Y yo lo he sido contigo. No quería compartirte nunca. Te quería sólo para mí. ¡Temía tanto perderte! ¡Temía tanto que tu amor no fuera suficiente para compartirlo con mi hermana! Temía tanto y llevaba tan profundamente la sensación de vacío, de soledad… ¡Tenía tanto miedo, mamá!

Y, sin embargo, aquí estoy ahora, abrazando a mi esposa, riendo y llorando ante la emoción de ser padres. Y he llegado aquí de tu mano, guiado, amado y acompañado por la fuerza de tu amor. No sueltes mi mano. Te necesito aún ahora. No sólo porque eres la abuela de mi hijo, sino porque eres guía en mi camino. Porque me ayudaste a amar y a perdonar, a soltar el pasado para construir un futuro. Gracias mamá. Gracias.

CARTA 9
Aquí estoy, emocionada, nerviosa, anhelante, en la sala de espera, junto a tus suegros, esperando la noticia extraordinaria. En unos momentos más, un rostro sonriente, vendrá a decirnos que tu niña ha nacido, que mi niña es madre.

De sólo pensarlo, las lágrimas brotan de mis ojos. Aún tengo fresco el recuerdo de la primera vez que te tuve entre mis brazos. Aún puedo sentir tu peso liviano, demasiado liviano, en mis brazos. Aún siento tu olor de aquél día. ¡Eras tan pequeña! Parecías perderte en tu enterito rosa. Tu tía tenía miedo que tuvieras enanismo. Casi no podía creerlo cuando un par de meses después te habías convertido en una bebota divina, sonriente y rozagante.

Si pudiera transmitirte mis recuerdos… Te veo comiendo en tu sillita, jugando, haciendo ruiditos graciosos mientras mostrabas los dientitos más hermosos de la tierra.

Verte crecer fue mi gozo. Ser tu compañera, mi orgullo. Ser tu madre, una bendición del cielo.

Recuerdo cuando decidí que quería ser madre y presentarme para adopción. Tu tía me dijo que estaba loca. Tú sabes cómo es ella. Exagerada, siempre exagerada. Pero fue mi bastión, mi compañera fiel. Sin su ayuda, hubiese cometido tantos errores más. Yo sólo sabía cómo amarlos a ti y a tu hermano. No me importaba nada más. El resto, ustedes mismos me lo enseñarían con el pasar de los años. Nada podía enseñarme tanto como lo hicieron ustedes.

Hemos recorrido un camino tan rico juntos. Me aceptaron como su madre. Me bendijeron con sus risas y sus llantos, con sus incontables “má” que tantas veces parecían no terminar nunca.

Llevo en mí, en mi cuerpo, en mi alma, tantos recuerdos, tantas sensaciones compartidas, maravillosas y únicas, alegres y dolorosas, que, sin importar lo que suceda, siempre serán parte de mí, siempre los llevaré a ustedes dos conmigo.

¡Aquí viene! ¡Aquí llega la buena noticia! Tu esposo sonríe desbordado de felicidad. Tus suegros lloran de emoción y lo abrazan. Yo sólo quiero correr a tu lado y rodearte con mis brazos. Decirte cuánto te amo y lo orgullosa que estoy de ti. Siempre estaré para ti, como abuela y como madre. Sólo piensa en mí y mi amor te llegará.

¡Hemos recorrido juntas un camino tan largo y tan corto a la vez! Es casi mágico verte hoy convertida en mamá. No te llevé en mi panza, pero has ocupado cada milímetro de mi ser y de mi alma. No sé cómo decirte, cómo hacerte sentir cuánto te amo. Te daría mi vida entera si pudiera. Sólo sé que te admiro y aún no puedo creer que mi pequeña bebé sea madre por primera vez.

CARTA 10
Aquí estás, preparando tus valijas para irte. Me siento orgullosa, no puedo negarlo. Pero una parte de mí siente que me equivoqué. Te di tanto, y ahora te vas.

Hace muchos años prometí darte todo lo que el dinero pudiera pagar: colegios, terapeutas, cursos y hasta amigos, si era necesario. Y cumplí. Cumplí mi promesa. Y tú lo aprovechaste bien. Te has convertido en un joven brillante y, sin importar nada te vas y me dejas. La vida ha sido injusta conmigo. Nunca logré la familia que aspiraba a tener. Nunca alcancé a adoptar más hijos. Y, como si eso fuera poco, perdí a tu padre. “¡Loca!” llegó a decirme. “Tú tienes que hacer terapia, no nuestro hijo”. ¿Puedes creerlo? Yo sólo quería construir una familia. ¿Qué problema había en pagar para conseguirte un hermanito, por qué no alquilar un vientre? Tu padre no me entendía. Es bueno, un buen hombre, pero muy simple. Aún cree que el amor y la honestidad son más importantes.

No lo entiendo, yo no lo entiendo. ¿Por qué irte, por qué dejarme? ¿No fui buena madre, no te dí todo? He tratado de convencerte, discretamente, de que te quedes. Cualquiera pensaría que estoy loca si te impidiera aprovechar esta oportunidad que se te presenta. Pero me quedo sola otra vez. Yo quería una familia grande, como la de mis hermanos, estaba decidida a conseguirla, pero tu padre no me dejó. A veces pienso que me casé con el hombre equivocado. No sé, yo lo veía tan bueno, tan cariñoso. Ha sido un padre adorable para ti. Siempre te acompañó. He sentido envidia de ustedes. Sí, la he sentido. ¿Cómo era posible que disfrutaran tanto juntos? ¿Qué te daba él, cómo te atrapaba, cómo lograba retenerte?

Hubo un momento, en el juicio de divorcio, que pensé que pedirías quedarte con él. Sentí pánico. Y aún así, sólo se pospuso el triste final. De todos modos, mañana te irás y así te perderé para siempre.

Ojala la vida no se hubiera ensañado así conmigo. Ahora la soledad será mi compañera. Y cuando la familia y los amigos me feliciten por el gran hijo que tengo y lo buena madre que he sido, tras la sonrisa de rigor, no podré más que pensar que he cometido un gran error al darte tanto.

CARTA 11
¡Ay, mamá! ¡En qué soledad vives! Es increíble que nunca hayas podido comprender la realidad que te rodeaba.

Sin importar con cuánta gente estuvieras, no podías verlos. Sólo ves lo que te sirve, lo que te permite llegar a tu objetivo. Vives en una soledad incomprensible, causada únicamente por tu incapacidad de amar y de amarte.

A veces siento que nunca me has visto realmente, como si yo fuese sólo un logro más en tu carrera, una meta cumplida. Y pues, bien, yo también me he puesto metas. Y una de ellas fue ser libre. No siento que tenga una casa a la que pertenezca. Es cierto sí, que este es mi cuarto y estas son mis cosas. Pero no tengo raíces. Desde que papá se fue a vivir solo, esta casa ha quedado vacía, sin vida. Arrancaste de cuajo al único que podía crear un “hogar”, y lo arrancaste de mi lado.

He pensado muchas veces, lo confieso, que lo hiciste a propósito. Como si tuvieras miedo que lo amara más a él que a ti. Y sí, tuviste razón si así fue. Pero no es que lo amara más. Es que él me ama. Y yo lo sé. Él es el que me dio raíces. Él es el que me vio como soy, el que me ayudó a crecer como persona. Quizás no hubiera alcanzado tantos logros educativos, pero sería una persona más plena. Me ha sido muy difícil vivir contigo desde que lo alejaste de nosotros.

Sí, prefiero estar en su casa que contigo. Él me escucha. Es mi compañero. No me impone verdades, ni metas que alcanzar. Pues bien, ya alcancé las tuyas y lo has logrado, yo también me voy. De una manera sutil, pero me voy. Estoy seguro de que volveré. Papá me espera. Quizás, algún día, después de todo, pueda estar más cerca de él y darle tanto como él me dio.

Pero puedo prometerte, mamá, que nunca te faltará nada. Te daré todo lo que el dinero pueda pagar. Y, si papá sigue a mi lado, seguramente lograré amarme tanto a mí mismo que pueda comprenderte mejor y amarte a ti también.

CARTA 12
Aquí estoy, sentada, contemplándolos mientras conversan entre ustedes, despreocupados y seguros de que el mundo los contiene.

Han crecido y, aún así, los recuerdo pequeñitos en mis brazos, sus mejillas suaves, y sus risas frescas. Aunque no fue tan fácil el camino como hoy parece.

Los veo y me maravillo. Lograron trascender tantas cosas, tanto dolor. Cada uno de ustedes, a su manera, buscando un refugio, un lugar seguro donde pudieran creer en la vida.

Nunca me he preguntado si los criamos bien. Todos cometemos errores. Ustedes y nosotros. Siempre me preocupé en actuar por amor. No quería que mis actos estuvieran impulsados por egoísmo, por miedo a perderlos. Pero no fue fácil. Como toda madre, no quiero perderlos nunca.

Hoy los miro y veo lo que aspiraba para ustedes. Los veo personas, independientes, ricas interiormente, seguras de que, sin importar lo que pase, hay un hogar que los espera y unos padres que los aman.

Lo único que aspiraba era a amarlos y a todo lo que el amor pudiera regalarles. Y no hablo de cosas, ustedes lo saben bien. Hablo de raíces, de familia, de vínculos y de historia compartida, de navegar juntos las dificultades y de reconocer sus identidades y sus caminos particulares. Eso era lo que más deseaba. Que crecieran plenos, libros, que se sintieran tan seguros en este mundo y tan respetados, valorados y amados que fueran libres para recorrer sus propios caminos y ser las personas que auténticamente son, sin mandatos, sin programaciones, sin compromisos con el qué dirán.

Nuestro viaje en esta vida fue un viaje de milagros, de reuniones. Cada uno de nosotros llegó desde distintos lugares y con una historia propia. Y, sin embargo, construimos una sola familia, una sola historia, un solo lugar. Es el viaje del amor, del comprender que la vida está más allá de los lazos de sangre y de ancestros compartidos. Hemos aprendido, y encarnado juntos, una de las más grandes verdades: que todos somos uno, que todos estamos unidos en dimensiones más allá de nuestros ojos, más allá de los sentidos.

La magia del amor se hace palpable en la adopción. En ese momento increíble y poderoso en que, por primera vez, nos vemos a los ojos, sabemos que ya somos familia, que ya nos pertenecemos mutuamente. No importa si eran bebés o niños pequeños, ustedes sabían y nosotros también.

Y, en su sabiduría, corrieron a buscar su refugio en nuestros brazos. Y nuestros brazos estaban bien abiertos, desde antes, esperando rodearlos para darles el calor que les faltaba.

Éramos uno desde antes de encontrarnos. Éramos uno desde antes que nacieran. Vivían en nuestro espíritu y en nuestros corazones. Los conocíamos. Los anticipábamos. Encontrarnos fue sólo hacer realidad tangible lo que ya sabíamos en nuestro interior. No hubo azar. Nunca lo hay. Cada uno de nosotros elige un camino de antemano y lo recorre sin desvíos porque hay una sabiduría trascendente que nos guía.

Siempre supe que iba a reconocerlos. Siempre supe que nos uniríamos de una manera diferente. La visión de los cientos de cuna, entre la que estaba la de mi hijo, era natural para mí. Yo sabía que sabía. Yo sabía que reconocería a mis hijos entre la multitud de oportunidades y opciones. Yo sabía que estábamos unidos desde más allá y desde mucho antes. Sólo tenía que esperar que estuviesen listos para llegar. Y así lo hice. Supe escuchar la Voz que habló en el silencio recordándome mi compromiso con ustedes. Y papá supo seguirla. Juntos, como uno solo, como siempre ha sido, protegimos el camino que nos reuniría. Los nutrimos con amor desde antes de encontrarnos. Los acunamos en nuestro corazón y nos abrimos para que sus almas y las nuestras pudieran reunirse en dimensiones sutiles, donde ni la mente ni la materia son obstáculos.

Los conocíamos en nuestro interior. A cada uno de ustedes, sin excepción. Los anticipábamos. Los amábamos. Eran parte de nosotros desde antes de estar juntos. Tenían reservado un lugar en nuestra cama.

No hubo nunca nada que nos alejara, nada que nos separara. Sabíamos claramente que éramos sus padres. Sabíamos, claramente, que cada uno de ustedes traía sus aprendizajes a cumplir y que habían elegido una forma especial para alcanzarlos.

Y nosotros queríamos estar allí para ustedes, para acompañarlos, para aprender juntos, para recordarles que en el perdón y en la aceptación, el pasado se libera, y el futuro se despeja. Que ya no tiene importancia de dónde vengo o por qué sucedió. Sólo importa recordar que la paz se logra en la comprensión de la unidad, de la trascendencia de la vida.

Hoy los veo convertidos en adultos, libres para andar sus propios caminos, confiados en que la vida tomará el rumbo que ustedes decidan darle. Seguros de que siempre tendrán una familia a quien recurrir. Ganaron padres, ganaron hermanos, tíos y abuelos que los amaron y los amarán por siempre.

Bendigan el amor que los reunió y el propósito que trajeron a esta vida. Honren el camino recorrido porque son almas valiosas y valientes. No miren nunca cuánto les falta, antes bien, “cuenten sus bendiciones”. Llevan en ustedes grandes riquezas que no deben olvidar jamás.

Sean siempre agradecidos con sus hermanos. Ellos nutrieron sus recuerdos de la infancia y fueron sus compañeros de viaje. Entre todos, construyeron una familia que se ama. No lo olviden.

Nuestros brazos y nuestros corazones, los contienen para siempre. Somos su hogar, aquél al que pueden regresar en medio de la tormenta. El refugio seguro. Los amamos tanto, que es imposible encontrar las palabras que lo expresen. Son nuestro tesoro, nuestro orgullo, las almas más hermosas que hayamos contemplado.

CARTAS A NOSOTROS MISMOS
Cuando miro hacia atrás los años transcurridos, veo cómo me he nutrido y cuánto he aprendido de todos los involucrados en los procesos de adopción: desde jueces y secretarios hasta las amas y sus familias y de aquella jefa del Servicio de Adopciones que, furiosa, criticó a un juez porque no comprendía cuánta historia compartida pierden padres e hijos al demorar la entrega.

La adopción ha resultado ser, para mí, un camino espiritual. El camino de afianzamiento de vivencias personales únicas.

Nunca creí en los lazos de sangre. El matrimonio ya me parecía algo mágico en sí mismo: dos personas “desconocidas” se tornan una y construyen una historia única y compartida. Dejamos las familias, el mundo conocido para lanzarnos a los brazos de alguien nuevo en nuestras vidas.

A lo largo de los años, las amigas se constituyeron en familia también ellas, mis “hermanas del espíritu”, llenando vacíos que la propia familia original no alcanzaba a cubrir. Ellas me ven como soy y me aman como soy. Y yo a ellas. Nuestro amor e incondicionalidad superan largamente expectativas y mandatos familiares.

¿Cuántos de nosotros nos hemos sentido unidos afectivamente a actores, cantantes o a escritores a los que nunca conocimos?

¿Cuántos de nosotros nos hemos identificado con la causa y el sufrimiento de personas más allá de nuestras tierras, trascendiendo incluso el contacto físico?

¿Cuántos de nosotros alcanzamos a comprender que lo que nos une no es el cuerpo, no es la sangre, sino una dimensión trascendente y única, en la que todos somos Uno?

Y así es. Quizá nunca nos sentamos a reflexionar seriamente sobre esto, pero es así.

En todos estos casos, no hay otra cosa más que la acción del Espíritu Unificador del que todos somos Uno. Sólo que, en general, no lo hemos descubierto aún.

La adopción se nutre a sí misma con esta Conciencia Única, con el reconocimiento absoluto de que, sin importar dónde hayamos sido gestados, nuestras almas reconocerán seguras el camino que las lleva a su hogar.

Y los padres, los que nos hemos vuelto padres plenos (y no “padres del corazón”) por la adopción tenemos el reconocimiento, consciente o inconsciente, de esta realidad.

Esta realidad que ubica nuestro origen más allá de la apariencia y de las formas, más allá del tiempo o del espacio. Porque en ese momento único que recibimos la llamada del juez, ya somos padres, ya estamos dispuestos (desde mucho antes, en realidad) a renunciar a todo por nuestros hijos.

Y el momento mágico, extraordinario, desbordante de los más hermosos sentimientos que un ser humano pueda vivir en este mundo, en que vemos sus caritas y podemos rodearlos en un abrazo eterno, que no terminará ni aún con nuestra muerte, no es más que la materialización de aquello que ya existía en nuestro espíritu.

Por eso digo que la adopción es mágica, milagrosa. Porque trasciende los límites de la conciencia humana para expandirla a las dimensiones del Espíritu.

Por eso, papás y mamás, no escuchen a abuelos, familiares o conocidos que les digan que sus hijos no se les parecen o no son suyos. Nunca duden de su derecho a ser sus padres. Se eligieron mutuamente. Recorrieron un largo y difícil camino, ustedes y sus hijos, para reunirse y disfrutar de su unión.

Dejen que el mundo sea testigo de la unidad que trasciende lo físico.

Gocen de sus hijos, de su bien ganado derecho a ser padres, porque lo ganaron a través del más sublime acto humano: el de AMAR y el de donarse a sí mismos como todo padre auténtico hace.

No hay hijos biológicos o del corazón. No hay padres biológicos o del corazón. Hay hijos y hay padres. En el Espíritu, en la dimensión que todo lo trasciende, y que trasciende las limitaciones de nuestra conciencia humana, somos todos Uno solo. No lo olviden.

No juzguen nunca a quien entregó a ese ser que será su hijo. Hizo lo que debía. Tuvo el valor de acercarse a un juez a decir “renuncio”. Le dio la vida. Supo, en el secreto de su alma, que esa era la parte que le correspondía cumplir.

Nunca nutran el resentimiento o las actitudes de víctima de sus hijos. Antes bien, hónrelos por el camino difícil que eligieron y enséñenles a amar a todos y a todo incondicionalmente, como ustedes mismos hacen.

Quien se refugia en el odio o la culpa se niega a sí mismo una vida en plenitud y sus dones quedan opacados y ocultos, negándole al mundo la bendición de las riquezas que posee.

Sean libres para amar. Amando construimos un milagro. Amando sanamos las heridas.

Amando inundamos de riqueza nuestras vida y la de nuestros hijos. Sean felices. Sean libres. Estamos aquí, en el mundo, mostrando a los demás y a nosotros mismos, la extraordinaria potencia del Amor Universal.

Seamos libres para Amar. Seamos libres para Dar. Seamos libres para ser nosotros mismos.
Stella Maris DeLeón
11.08.07